expresión “hacer justicia”. Más que modelo de oración, la viuda del relato es ejemplo admirable de lucha por la justicia en medio de una sociedad corrupta que abusa de los más débiles.
El
primer personaje de la parábola es un juez que “ni
teme a Dios ni le importan los hombres”.
Es la encarnación exacta de la corrupción que denuncian
repetidamente los profetas: los poderosos no temen la justicia de
Dios y no respetan la dignidad ni los derechos de los pobres. No son
casos aislados. Los profetas denuncian la corrupción del sistema
judicial en Israel y la estructura machista de aquella sociedad
patriarcal.
El
segundo personaje es una viuda indefensa en medio de una sociedad
injusta. Por una parte, vive sufriendo los atropellos de un
“adversario” más
poderoso que ella. Por otra, es víctima de un juez al que no le
importa en absoluto su persona ni su sufrimiento. Así viven millones
de mujeres de todos los tiempos en la mayoría de los pueblos.
En
la conclusión de la parábola, Jesús no habla de la oración. Antes
que nada, pide
confianza en la justicia de Dios: “¿No
hará Dios justicia a sus elegidos que le gritan día y noche?”.
Estos elegidos no son “los miembros de la Iglesia” sino los
pobres de todos los pueblos que claman pidiendo justicia. De ellos es
el reino de Dios.
Luego,
Jesús hace una pregunta que es todo un desafío para sus discípulos:
“Cuando venga el Hijo
del Hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?”. No
está pensando en la fe como adhesión doctrinal, sino en la fe que
alienta la actuación de la viuda, modelo de indignación,
resistencia activa y coraje para reclamar justicia a los corruptos.
¿Es
esta la fe y la oración de los cristianos satisfechos de las
sociedades del bienestar? Seguramente, tiene razón J. B. Metz cuando
denuncia que en la espiritualidad cristiana hay demasiados cánticos
y pocos gritos de indignación, demasiada complacencia y poca
nostalgia de un mundo más humano, demasiado consuelo y poca hambre
de justicia.
José A. Pagola
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