Jesús
les había repetido en diversas ocasiones: “¡Qué pequeña es vuestra fe!”. Los
discípulos no protestan. Saben que tiene razón. Llevan bastante tiempo junto a él. Lo ven entregado totalmente al Proyecto de Dios; solo piensa en hacer el bien; solo vive para hacer la vida de todos más digna y más humana. ¿Lo podrán seguir hasta el final?
discípulos no protestan. Saben que tiene razón. Llevan bastante tiempo junto a él. Lo ven entregado totalmente al Proyecto de Dios; solo piensa en hacer el bien; solo vive para hacer la vida de todos más digna y más humana. ¿Lo podrán seguir hasta el final?
Según
Lucas, en un momento determinado, los discípulos le dicen a Jesús:
“Auméntanos la fe”. Sienten que su fe es pequeña y débil. Necesitan confiar
más en Dios y creer más en Jesús. No le entienden muy bien, pero no le
discuten. Hacen justamente lo más importante: pedirle ayuda para que haga
crecer su fe.
La
crisis religiosa de nuestros días no respeta ni siquiera a los practicantes.
Nosotros hablamos de creyentes y no creyentes, como si fueran dos grupos bien
definidos: unos tienen fe, otros no. En realidad, no es así. Casi siempre, en
el corazón humano hay, a la vez, un creyente y un no creyente. Por eso, también
los que nos llamamos “cristianos” nos hemos de preguntar: ¿Somos realmente
creyentes? ¿Quién es Dios para nosotros? ¿Lo amamos? ¿Es él quien dirige
nuestra vida?
La
fe puede debilitarse en nosotros sin que nunca nos haya asaltado una duda. Si
no la cuidamos, puede irse diluyendo poco a poco en nuestro interior para
quedar reducida sencillamente a una costumbre que no nos atrevemos a abandonar
por si acaso. Distraídos por mil cosas, ya no acertamos a comunicarnos con
Dios. Vivimos prácticamente sin él.
¿Qué
podemos hacer? En realidad, no se necesitan grandes cosas. Es inútil que nos
hagamos propósitos extraordinarios pues seguramente no los vamos a cumplir. Lo
primero es rezar como aquel desconocido que un día se acercó a Jesús y le dijo:
“Creo, Señor, pero ven en ayuda de mi incredulidad”. Es bueno repetirlas con
corazón sencillo.
Dios
nos entiende. El despertará nuestra fe.
No
hemos de hablar con Dios como si estuviera fuera de nosotros. Está dentro. Lo
mejor es cerrar los ojos y quedarnos en silencio para sentir y acoger su
Presencia. Tampoco nos hemos de entretener en pensar en él, como si estuviera
solo en nuestra cabeza. Está en lo íntimo de nuestro ser. Lo hemos de buscar en
nuestro corazón.
Lo
importante es insistir hasta tener una primera experiencia, aunque sea pobre,
aunque solo dure unos instantes. Si un día percibimos que no estamos solos en
la vida, si captamos que somos amados por Dios sin merecerlo, todo cambiará. No
importa que hayamos vivido olvidados de él. Creer en Dios, es, antes que nada,
confiar en el amor que nos tiene.
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